Merde!
Lunes, 2 Febrero, 2009Metonimia en un retrete
No suelo emplear la palabra retrete. A lo que los angloparlantes todos (y los hispanoparlantes pudibundos) se refieren como WC, mi familia llama inodoro y mi mujer denomina excusado. Así, yo le digo a veces inodoro y a veces excusado, consciente siempre de estar jalonado entre el léxico de mi vida pasada y el de mi vida presente. No puedo, sin embargo, en el muy particular caso que aquí me ocupa, servirme de uno u otro término. Y es que lo que se alza en el baño de mi casa resulta a veces fétido y con frecuencia todavía mayor inoperante, lo que me lleva a la obligación moral de no servir de tapadera a su hedor esporádico o a su conspicua inexcusabilidad. Ergo retrete.
La culpa es nuestra. Mía y de mi mujer (y aquí sí vale decir que el burro —¡burrísimo!— va por delante). Un mal día nos dirigimos con pingües ilusiones pero presupuesto más bien exiguo a una tienda abocada a la venta de muebles de baño, dispuestos ambos a comprar un excusado. Pronto dimos con un modelo cuyo diseño nos entusiasmaba, al menos hasta donde puede entusiasmar semejante aparejo. Al preguntar el precio, el dependiente nos enfrentó a una decisión: optar entre tres artefactos de idénticas líneas, sólo que uno fabricado en Italia, el otro calcado en México y el tercero pirateado en China. El italiano costaba 6 mil pesos, el mexicano 3 mil y el chino 2 mil. En un ataque de mala planeación prospectiva optamos por el tercero.
Nuestro retrete de seductoras formas milanesas y barata ingeniería cantonesa deja escapar el agua. Además, el mecanismo para jalar la cadena se atasca con frecuencia. Y, por si fuera poco, su funcionamiento acusa una enojosa tendencia a estancarse (y eso que somos un matrimonio de estreñidos). En suma, nuestra ganga china (“chinaderas”, las llama un amigo ingenioso) fue hecha para albergar mierda y, en un caso de metonimia asombrosa, ha terminado por revelarse una mierda.
Merde!
Escatología en una crítica
(o, peor, en dos)
El retrete chino de mi casa es, pues, una mierda. Como también lo son el radio portátil que regalé a mi abuela (no logra sintonizar la mitad de las estaciones de AM), mucha de la ropa que vende cierta cadena española (pasadas dos lavadas, se desgarra o se decolora) y los puros que ofrecen los vendedores ambulantes en las calles de La Habana (son infumables, y no por su mal sabor, sino porque su resequedad los hace muy literalmente imposibles de fumar). Acudir a la caca como metáfora para describir tales mercancías me parece cosa justa: productos de deshecho, su falaz basalidad no amerita sutileza o miramiento alguno a la hora de hacer su merecida condena.
Mucho me guardaría, sin embargo, de dictaminar que tal o cual obra de arte es una mierda. Y es que algo hecho con rigor, esfuerzo, reflexión y talento —por nimios o incluso perniciosos que nos parezcan éstos— merece más sólidos argumentos a la hora de hacer su crítica, aun si unívocamente negativa. Zola es un escritor que me disgusta sobremanera pero jamás diría que su Germinal —novela que aborrezco— es una mierda: diría que su presunto cientificismo me parece tramposo, que sus estrategias narrativas me resultan manipuladoras, que su halo justiciero se antoja maniqueo… y me sentiría en la obligación de argumentar tales percepciones personalísimas. E idéntico trato acordaría a las esculturas de Sebastián, las sinfonías de Tchaikovsky o las películas de Reygadas, cuyo valor se me figura en extremo cuestionable pero que no pueden ser —no son, por ser productos artísticos, lo que lo impide por definición— una mierda.
Así, lamento que, a propósito de la instalación Cantos cívicos de Miguel Ventura, actualmente en exhibición en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, hayan sido publicados dos textos que la dictaminan, justamente, una mierda: uno del analista político Leo Zuckermann en Excélsior, otro de la crítica de arte Avelina Lésper en el suplemento Laberinto de este MILENIO Diario. No tengo sino admiración por el trabajo provocador y osadísimo de Ventura y por la valentía de las autoridades de la UNAM al dar cabida a su obra en su flamante (y hoy observadísimo) museo. Pero eso es lo de menos: podría incluso compartir la opinión negativa de ambos. Lo que estimo grave es que dos personas que se dedican a la reflexión escrita recurran a una estrategia visceral y elemental en lugar de apelar a argumentos para establecer un juicio crítico.
Merde, alors!
http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com/el_blog_de_jess_silva_her/2009/02/añoranzas-cívicas.html
Sin duda el artista tiene derecho a decir lo que quiera. Pero justamente porque sí tiene un argumento. La exposición no es una colección disparatada de objetos, sino una edición, un "recorta y pega" de símbolos que lo que quieren es provocar una reflexión en el espectador. De cierta manera todo el arte es eso, edición.
Parte del argumento de esta obra es que la riqueza y el nazismo son equiparables. Está claro para unos eso no es una trivialización del nazismo, para otros sí lo es pero no importa (o es cierta), y para otros es una indeseable.
Los que argumentan lo último tienen tanto derecho como el artista a reclamar la agresión. ¿por qué dentro de los mínimos liberales no se vale juzgar algo como indeseable? No es lo mismo garantizar libertad de expresión que reprimir el juicio de la discusión pública.
Puede ser que la Universidad no esté obligada a tener una posición al respecto, a mí me gustaría que la tuviera. No porque las universidades deban de ser lombardistas , sino porque me gustaría que nuestra universidad expresara una posición particular diciendo. "Esta Universidad no celebra la trivialización del nazismo".
No sería muy diferente al rector de la Universidad de Columbia presentando al Presidente de Irán a hablar, pero advirtiendo que ni él ni la Universidad son "neutrales" frente a la negación del holocausto, ni frente al asesinato de personas homosexuales.
En los periódicos, en el radio y en la tele (en teoría) hay derecho de réplica. ¿por qué en los museos no? ¿por qué no hay el espacio para que quien quiera dé un argumento diferente al del artista y que sea tan público como el del artista?
Puede ser que los museos no tengan que ser espacios de educación cívica, pero seguro tienen que ser espacios de discusión pública. Y en la discusión pública el solipsismo es una mala defensa.