febrero 12, 2009

LA JORNADA. Teresa del Conde 02

La Jornada

10 febrero, 2009

Miguel Ventura. Cantos Cívicos

Las controversias respecto del Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) continúan, como igualmente las opiniones negativas acerca de la colección que alberga. Por eso siento la necesidad de abundar sobre lo que vale mucho la pena: la abigarradísima instalación de Miguel Ventura.

En otra ocasión escribí un artículo relacionado con la vinculación que él estableció en el Carrillo Gil, entre el arquetipo de Heidi, la niña aria de trenzas rubias, y el delirio del presidente Schreber, que Sigmund Freud analizó en un estudio famoso. Mi héroe Freud se basó en las memorias del funcionario de la Suprema Corte de Justicia vienesa, publicadas en 1903. En aquella muestra de 2002, ya existía el NILC: New Internacional Language Committee. Es un alfabeto de 30 símbolos entresacado de la imagen de Heidi, hasta donde pude entender.

Cantos cívicos se exhibió en el Espacio de Arte Contemporáneo de Castellón, en España, y también allí suscitó polémica, pero la crítica ayudó a su comprensión cabal. De ninguna manera es obra antisemita. El énfasis está puesto en denunciar el carácter empresarial que tuvo el nazismo.

Según el escritor y artista plástico Guillermo Arreola: “Ventura muestra de manera magnificente (en el sentido del empeño puesto en el proyecto) las pezuñas y el cuerpo de la crueldad nazi” y de allí se expande a territorios específicos, estableciendo vínculos con los mecanismos de poder asociados a condicionamientos de tipo pavloviano, de aquí las ratas, vivas y disecadas.

Es una obra provocadora que puede recordar ámbitos de feria popular primermundista o del imaginario high tech tipo Walt Disney. Para ingresar en ella,  uno mismo se obliga a achicarse. Es así que se llega al ingreso donde se encuentra la advertencia que quizá se pasa por alto. Se enuncia que la abundancia de símbolos nazis manifiesta las imposturas de poder, advertencia que se hace a modo de medida precautoria precisamente destinada a contrarrestar la falsa idea, suscitada por la repetición simbólica incesante, de que se trata de una apología.

Lo que me interesa destacar ahora es lo que el politólogo  Itziar Bar-Lewaw expresó en 1982 acerca de la “verborrea” (así la llama) filonazi de José Vasconcelos en la revista Timón, cuya presencia allí ha suscitado la sorpresa de espectadores entendidos. El primer número de dicha revista es del 22 de febrero de 1940 y llegaron a imprimirse 17. Las oficinas estaban en el centro de nuestra capital: San Juan de Letrán 68. Entresaqué el dato del Centro Virtual Cervantes.

La ideología vasconcelista en sus inicios fue afín al socialismo, pero de modo no tan extraño como se pudiera suponer,  dado el germanismo que privaba en círculos comerciales y empresariales mexicanos, el nazismo en ese tiempo tenía aquí adeptos, sobre todo porque se pensaba que Alemania vencería en la contienda bélica. Seguro resulta chocante saber que tanto el Dr. Atl como Andrés Henestrosa colaboraron en las páginas de Timón, publicación de extrema derecha.

Hay secciones de la instalación que divierten por su ironía y otras en las que se alude al dinero, sin que falten, por supuesto, las connotaciones sexuales que son las que mayormente han objetado algunos visitantes que llevan a sus hijos pequeños a conocer el museo. En términos generales, éste resulta ad hoc para un paseo sabatino o dominical. Es propicio para iniciar niños en el disfrute de visitar museos. Todos, o la gran mayoría de los museos mexicanos (como sucede en otros países) reciben grupos escolares. El resultado es ambiguo: a los colegiales les encanta romper la rutina cotidiana de la escuela, pero suelen aburrirse terriblemente con las visitas guiadas que se les propinan y en el MUAC eso no sucede.

Quienes quizá puedan aburrirse o encontrar irrelevante la visita, son los mayores. Por eso recomiendo ampliamente que la instalación de Ventura se calibre en forma debida, que se escuchen los cantos cívicos (influyeron en rituales escolares en todo el mundo) y que se encuentren los signos de ese laberinto, al que se ingresa como rata.

Cada quien, es cierto, tendrá lectura distinta, pero Ventura, nacido en 1954 no es ningún improvisado y menos lo es la consecución de este proyecto que le ha llevado más de una década. De él lo que recuerdo inicialmente es su espléndida exposición de enormes dibujos a mina de plomo en el Museo de Arte Moderno, en 1979. Eran  piezas abstractas, pero ya denunciadoras, semiencubrían  obscenidades y denuncias no aprehensibles a golpe de ojo. Ni Fernando Gamboa las percibió en un principio.

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