febrero 22, 2009

JUICIO. Lourdes Morales

El juicio contra Cantos cívicos

 

         Uno de los rasgos característicos de la sociedad de consumo es la pérdida de la paciencia. Lo que no se efectúa en el aquí y ahora, lo que no ofrece una satisfacción instantánea: no se escucha, no se entiende, no se examina, no se asimila, no se traga, no se consume.

         Inaugurada el miércoles 26 de noviembre de 2008, la instalación del artista Miguel Ventura ha sido objeto de un amplio grupo de voces. Estudiantes, reporteros, pensadores, curadores y críticos han volcado todo tipo de tonos reflexivos y cadencias anímicas hacia Cantos Cívicos.

         Esta pieza emerge como una propuesta de tono estético-político. O para re-frasearlo,Cantos Cívicos se constituye como un espacio estético que revela la condición política del símbolo y su cómplice, la forma. El símbolo como un espacio móvil, en disputa, huidizo, frágil, ambiguo.  El símbolo no es falso o verdadero, es un sistema incierto sobre el cual se ejercen diversas formas de pensamiento y de acuerdos. Parece ser, que el problema en esta obra es que se ha atrevido a romper no uno, sino varios pactos sobre los que está fundado el sistema de representación hegemónico.

         Cantos Cívicos se le acusa de ser culpable en diversos grados. En primer grado, se le acusa de filonazi, al haber transgredido el símbolo de la esvástica y de no hacer mención del Holocausto. En segundo grado, se le inculpa por erigirse sobre un caos de imágenes que aparentemente han sido dispuestas de manera inconsciente o indocta, carentes de precisión, que arrasan con todo y que homogeneizan lo ahí representado. En tercer grado, se le recrimina por ser poco agradable, o mejor dicho: un “pedazo de mierda”.

         ¿Culpable en primer grado? Una parte del trabajo de Cantos Civicos disloca la premisa de pertenencia que se ha reclamado en diversos frentes sobre el uso de la esvástica. Pero el nazismo no se complementa con el Holocausto, no es una dupla simbiótica. Para un estudio crítico sobre el nazismo habría que mencionar mucho más que el Holocausto. De acuerdo con algunos, toda aproximación debería comprender un estudio del III Reich, del triunvirato de Moeller van der Bruck, es decir, lo que Miriam Jerade llamaba la pre-historia del nacional-socialismo. Sólo que la función del arte no reside en confeccionar valoraciones históricas o científicas. No opera dentro de un campo instrumentalizado al que pueda abordársele con elementos de veracidad. Una obra no “habla” de totalitarismo para precisar los genocidios documentados como sugería Enrique Krauze. El arte no es un ensayo académico de historia o de economía. Cuando se exige que la esvástica deba mencionar el Holocausto, es decir, cuando a un símbolo se le atribuye la carga moral de ser indisociable de un evento histórico, el símbolo es tomado como si fuese poseedor de un valor de verdad determinado. El problema es que no hay una intención pedagógica inscrita en Cantos Cívicos. En todo caso, hay un uso que pervierte la representación de un sistema educativo  y que funciona como una crítica de éste en su intento de imposición ideológica. Se confunde el acto de representar, con hacer uso del mecanismo de la representación y es, en éste último territorio, donde se desplaza la propuesta de Ventura. En su pieza la utilización de la esvástica consiste en provocar que un elemento, un símbolo, fuera de su ámbito funcionalizado, se vuelva complejo y difícil de ubicar. Problemático por no situarse en el lugar y contexto pactados. Se construye un universo provocativo que deslinda la forma, el sistema de representación, para arrojarlo en otras líneas de pensamiento. Hay una producción de valor simbólica que está subrayando la complejidad ideológica e identitaria, a la vez que rompe con el espacio “designado” por el sistema de poder. Y es que el símbolo no “es”. El símbolo opera; y lo que sucede con su operación es lo que importa.

         ¿Culpable en segundo grado? “...confuso carnaval de símbolos en el que todo equivale y, por eso mismo, todo da igual.” (Krauze) Si hay algún resultado medible en esta ecuación es, justamente, que de ninguna manera ha dado igual. La confusión tiene varias vertientes, no sólo la trivialización -en esto se queda quien ha perdido la paciencia-. Si lo analizamos un poco más encontraremos que aquello que parece caótico y desordenado es, en realidad, algo sobre lo que no se encuentran puntos de referencia. Y en dónde no hay referencia, hay una experiencia de vacío. El que lo experimenta se descubre expulsado de las representaciones, confrontado a una sensación de desarraigo, a una pérdida de lo que se “es”. Es un exilio del territorio en el que normalmente encontramos lo reconocible. El no-saber se vuelve corpóreo, violento, errático. Pero en el desaliento que produce el vacío se resguarda el deseo. Ahora, en todo deseo hay una búsqueda del goce. Una apariencia de que algo falta y de que es necesario encontrarle solución. He aquí la demanda.

         Cantos Cívicos no responde a la exigencia del orden. Se le pide claridad, armonía, disciplina, normalidad, equilibrio, jerarquía. Cantos Cívicos al contrario, se desparrama, se derrama (Barrios). El goce se encuentra desplazado, pervertido, obsceno.

         ¿Por qué? ¿Para qué? En un mundo globalizado la integración social es fundamental, indispensable, inaplazable. Ventura expone la tensión que existe, por un lado, entre la etiqueta de la integración social -ejercida bajo un modelo de ideal de raza y cultura que se despliega, mediatizado, en estos procesos- y, por otro lado, la in-corporación de una construcción ideal que niega la falta, la diferencia. Sólo hay que echar una ojeada a la t.v. para saber que el genotipo racial publicitado, se encuentra algo distante al de las calles; que la relación entre el cuerpo real y el cuerpo ficticio son una política que disemina un sentimiento de falta -de vacío-, que se niega. Cantos Cívicos lo subraya. Si lo real es imposible, entonces mejor su ficción (Barría). Por eso el NILC tiene la pretensión de verse a sí mismo como el héroe de un mundo patéticamente confundido en oscuras contradicciones. El sello de la limitación, del cuerpo mortal, del equivocado, la ironía del “todos podemos si lo deseamos”, están arrojados en esta obra. (It’s a small world after all, o “Es un pequeño mundo después de todo”- diría Disney).

         ¿Culpable en tercer grado? La construcción formal de Cantos Cívicos descansa sobre una recuperación de aquello que podría ser denominado como el residuo o desecho ideológico de la sociedad contemporánea -ya lo mencionamos. Agreguemos que cuando los visitantes encuentran la mierda en las paredes del MUAC llevan mucha razón.

         Para aclarar un poco la cuestión habría que entender algo sobre la historia del arte. Allá por los años sesentas, el minimalismo en su planteamiento sobre la objetualidad, estableció, paralelamente, una noción de lo total que buscaba dejar fuera los detalles. Robert Morris levantó un argumento en contra del detalle, aduciendo que éste obligaba a la obra a mantener una intimidad que expulsaba al observador. Por ello, era necesario mantener la totalidad (wholeness) y eliminar las partes, los detalles. Los artistas de la época pensaban, que su propuesta no tendría mayores consecuencias y que su ‘movimiento’ -aunque Donald Judd no lo consideraba como tal-, no duraría mucho, ni tendría un éxito sobre la pintura o la escultura.

         Lo “curioso” es que después de medio siglo, el arte ha dado continuidad a las formas del minimalismo como si se tratase de una lingua franca, es decir, un lenguaje internacional. Un estilo que ha sobrevivido y que se activa como una especie de  dispositivo de control sobre las prácticas artísticas. Aunque para Gerardo Mosquera algunos artistas latinoamericanos logran revertir la dependencia formal desbordando las obras con su contenido; para él mismo, este contexto genera una tensión que muchas veces condiciona la articulación formal de las obras y su discurso. Un fenómeno que devela un ‘matiz’ postcolonial sobre las maneras de hacer arte.

         En todo caso, si algunos artistas hubieran logrado contradecir la dependencia en la que el arte contemporáneo latinoamericano sobrevive, eso no elimina el valor de la pregunta sobre la permanencia del minimal como lingua franca y, mucho menos, el valor de la respuesta. Habría que preguntarse por lo tanto, qué se gana ante esta total objetualidad de la obra de arte. Es cierto que una estructura de orden total y objetual se vuelve más clara a la percepción. Pero, también habría que preguntarse por qué el arte está apostando por la claridad. Y aquí un cambio de paradigma, que consiste en preguntarse, a manera de hipótesis, si no será que más que una búsqueda por la claridad entre ilusionismo y espacio real, o entre las partes y el todo, no se trata más bien, de un intento por eliminar la angustia que produce lo Otro.

         Gran parte del mercado del arte se encuentra engranado en una maquinaria de ‘purificación identitaria que limpia’ las obras de cualquier tipo de forma ‘retorcida’ o detalle, a la vez que pretende deshacerse de cualquier apelación a lo específico, a lo Otro (llámese folclor, regionalismo, expresión popular, etc.). Aquello que, equívocamente ha sido identificado como “barroco” e, irónicamente, ha sido tachado como “mierda”, desenmascara el sistema ideológico de representaciones de algunos grupos sociales que hoy, ejercen el poder. Contrario a lo que se piensa, Cantos Cívicos está muy lejos de algo parecido a un salón de la fama, es demasiado confusa y demasiado clara, para ser adquirida por cualquier coleccionista.

        

Lourdes Morales

Ciudad de México, febrero de 2009.

1 comentario:

  1. Impecable texto, Lourdes. Vierte la verdadera luz no sólo en la pieza sino en el problema de interpretación en su conjunto.

    ResponderEliminar