A piece of shit (revisited)
Muchas de las adversas reacciones que se han desatado a partir del proyecto Cantos Cívicos* ponen de manifiesto algunos de los prejuicios más comunes a la hora de leer o interpretar gran parte de las propuestas que circulan en el ámbito de las prácticas artísticas contemporáneas. Para estas voces críticas al arte le restan tan sólo dos salidas posibles: la apuesta por la belleza entendida como fundamento universal e inamovible, o bien su utilidad como aparato de denuncia explicito, lineal y unívoco. Craso error en el primero de los casos, pues de un plumazo se elimina la perspectiva cultural a partir de la cual ha de leerse cualquier manifestación artística; y apreciación, cuando menos limitada, en el segundo supuesto ya que entiende el arte como mero instrumento al servicio de las ideologías de cualquier signo.
Sin querer analizar ahora ciertos comentarios desorbitados sobre la pertinencia del proyecto desde un punto de vista ético, Cantos Cívicos ha sido leído por estas voces críticas como un manual de historia incompleto y carente de rigor. Pero también como una obra que atenta contra el buen gusto, contra la idea de factura o destreza que se le supone a cualquier artista valedor de tal apelativo. Indigna, en suma, de alojarse en las nobles salas de la institución museística.
Desde estas perspectivas, el artista, Miguel Ventura, ha manejado “incorrecta e irresponsablemente” algunos de los conceptos que ningún investigador que se precie debería olvidar. Es decir, la defensa de una tesis que ha de apoyarse en una metodología rigurosa y fundamentada en datos empíricos y probados, sin dejar resquicio alguno a valoraciones subjetivas o a conclusiones inexactas desde el punto de vista académico.
¡Pobre lugar el que desde criterios tan estrictos se asigna al arte! Exigencias equiparables a las de pretender que la poesía -por citar un territorio especialmente apreciado por la intelectualidad académica- no pudiera echar mano de todo tipo de licencias y derivas con el único propósito de ser, justamente, poesía. Sin embargo, a Miguel Ventura no se le perdona ejercer su derecho y su necesidad de saltarse la métrica, de dejar espacios vacíos entre líneas (¿demasiado llenos en el caso que nos ocupa?) o de hablar a medias cuando así lo desee y pronunciarse categóricamente a renglón seguido.
El arte “plástico” -como así gustan llamarlo los hombres de letras- ha de andarse con cuidado de no traspasar los límites formales que el (su) sentido común aconseja, pero mucho menos de merodear por los márgenes de la subjetividad. Así, el artista, dotado de esa especial sensibilidad que lo hace diferente del resto de los mortales, ha de emprender el camino recto de las verdades universales. Todo lo que vaya en otra dirección es, según se nos dice, a piece of shit. Brillante calificativo con el que no puedo estar más de acuerdo.
Así las cosas, Cantos Cívicos despierta semejante repulsión no tanto por las evidencias de sus controvertidos símbolos e imágenes. Los detractores saben bien que la deconstrucción a la que unos y otras son sometidas no deja resquicio alguno a la duda. No; es más bien una cierta idea de orden la que se ve amenazada. Y el museo, traidor a sus fundamentos sagrados -clasificar, ordenar, educar- no es más que el cómplice de tal barbarie. ¿Qué pueden pensar los jóvenes preparatorianos ante el caos desplegado por Cantos Cívicos en la casa del conocimiento? ¿Seguirán ahora sus tiernos espíritus hablando a través de la raza?
Juan de Nieves
Curador del proyecto “Cantos Cívicos”
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