marzo 23, 2009

Ari Volovich

Cantos cívicos

La instalación-exposición Cantos cívicos abrió sus puertas al público por primera vez en el EACC (Espai d’Art Contemporani de Castelló) de Valencia, gracias al trabajo en conjunto entre Miguel Ventura y el curador español Juan de Nieves. El NILC (El Nuevo Consejo Interterritorial de Lenguas, por sus siglas en inglés) retomó esta obra producida por Ventura (entre 1992 y 2002) para coordinar una exposición interdisciplinaria que involucra a las Facultades de Psicología, Veterinaria y Zootecnia, además de los coros de la Escuela Nacional de Música de la UNAM; ahora se puede apreciar esta instalación en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC).

Inmediatamente al atravesar el estrecho túnel que nos guía hacia la instalación —visto desde arriba se entiende que el túnel es la cola de una rata gigante que encapsula la exposición—, uno tiene la sensación de estar atrapado dentro del celofán de un caramelo altamente tóxico. Y es que Cantos cívicos es un “barroco de lego” que magnifica y expone la cualidad empalagosa inherente a las propagandas ideológicas, hasta llevarnos al borde de la náusea. La selección de música es dolorosamente certera; funciona como una pala que remueve esta golosina compuesta de delirios puntiagudos para darle un cuerpo sólido y espeso a esta pieza. La exposición cuenta con versiones de coros infantiles y adultos de un repertorio de canciones que van desde cánticos nazis hasta piezas de pop como No controles y Live is life. Los arreglos de Alejandra Hernández se mezclan con sirenas esporádicas que anuncian un peligro histórico que se registra en nuestra piel como un escalofrío puntual. Las pupilas de los visitantes son inyectadas de grandes dosis de colores penetrantes —predominan los amarillos y rojos— que tapizan las paredes; ya sea en forma de suásticas de hule coloridas, de marcos sicodélicos que contienen los rostros de oficiales nazis y una sección entera dedicada al culto del cuerpo masculino y que parece insinuar una profunda relación entre la propaganda nazi y el homoerotismo. Cualquiera que haya leído las novelas gráficas de Art Spiegelman piensa de manera automática en Maus al observar el evidente protagonismo de las ratas y su interacción con la simbología nazi. Aunque aquí, lejos de funcionar como una herramienta para marcar una distinción étnica, parece que las ratas de Ventura encarnan y representan la ideología nacional-socialista para evidenciarla como una epidemia. En uno de los cuadros podemos ver a una rata extendiendo una hostia en forma de suástica ante las bocas abiertas de un oficial nazi y un puñado de niños vestidos de ropa tradicional alemana. “La mise-en-scène de la exposición se convierte en un museo-escenografía abigarrado de objetos, y otra parte que es un laberinto para los visitantes”, explica Ventura. “Cuando estaba haciendo la pieza pensaba como si fuera un refugio de unos seres proto-nazis que han sobrevivido hasta nuestros días”.

Pero bueno, en realidad este texto no pretende convertirse en una reseña de tres planas, sino hacer mención de la gran polémica que ha desatado Cantos cívicos. Las reacciones en contra de la obra de Miguel Ventura y el NILC tienen más que ver con los elementos que no están dentro de ésta. “Quedé impresionado con el bajo nivel analítico; con estas lecturas tan reducidas que se dirigían nada más que a un fragmento sin poder ver el panorama general”, cuenta Ventura de la larga lista de críticas y denuncias que ha provocado su obra. “Desde el comienzo hay un video de un nazi que está cantando una canción mientras se va convirtiendo en rata. Si eso no es un indicio suficiente del tono de la pieza, entonces ¿cómo explicar que esto se trata de una farsa?”, añade M.V.

En su crítica a esta obra, Enrique Krauze señala que “el caos de imágenes y conceptos que acumula se resuelve en un error ético-político verdaderamente grave. Cabe resumirlo en tres argumentos. Hablar de ‘totalitarismo’ en el mundo moderno sin hacer la menor referencia al totalitarismo comunista es no hablar de totalitarismo. O peor aún, es encubrir al totalitarismo de izquierda. El comunismo en su vertiente soviética y china dejó una estela de terror, hambre y muerte apenas comparable con la del régimen nazi en la Segunda Guerra Mundial. Sólo en el caso de Stalin y Mao (por no mencionar los crímenes de Kim Il Sung y Pol Pot) se trata de decenas de millones de muertos (perfectamente documentados) como resultado de hambrunas, deportaciones, persecuciones, confinamientos, ejecuciones y actos de abierto exterminio. Una crítica del nazismo que no hace referencia al Holocausto no es una crítica al nazismo: es, por lo menos, un ocultamiento del nazismo”.

Las palabras de Enrique Krauze serían muy pertinentes si nuestro objeto de crítica fuera un ensayo cuyo propósito es el de cumplir con una revisión minuciosa de la política y la historia; pero sus apuntes carecen completamente de sentido si tomamos en cuenta que lo que tenemos en frente es una obra de arte. Krauze critica algo que nunca tenía por qué estar allí. El hecho de que Ventura haya decidido excluir el Holocausto, los crímenes de Kim II Sung y Stalin, por mencionar a un puñado, no lo convierte en un apologista del nazismo. Uno puede cuestionar la violencia, las posibles tendencias caníbales o el mal temperamento de los hutus sin hacer mención del sufrimiento de los tutsis y del genocidio en Ruanda y nadie lo va a acusar de ser anti-tutsiano. El arte, por definición, busca cumplir con un punto de vista singular y no complacer las inquietudes políticamente correctas de unos cuantos. Se puede diferir con la elección estética de Miguel Ventura, pero no se le debe de exigir un discurso ético-político que concuerde con el propio. Krauze construyó una breve teoría de conspiración basándose en lo que para él fueron omisiones malintencionadas por parte del artista, por decirlo de alguna forma. The truth is in the eye of the beholder: su humilde narrador no vio más que una muestra clara del absurdo y los peligros que se esconden detrás de las ideologías (sean las que sean).  

“También hay un bioterio con 80 ratas blancas y un sinfín de aves y roedores disecados. Aparecen textos de José Vasconcelos apoyando al nacional-socialismo e imágenes de soldados estadunidenses no tan joviales como los nazis”, escribe Leo Zuckerman en Excélsior. “Otros ingredientes del potaje son fotos de millonarios (entre ellos algunos judíos), de socialités mexicanos y del ex presidente Carlos Salinas, el hijo de éste, el embajador estadunidense Tony Garza y la esposa. No faltan retratos de cadáveres destrozados, vaginas muy abiertas, falos enormes y pedazos de excremento. Hay cuernos de venados y una colección impresionante de muñequitos tiroleses encapsulados […] A mí esta exhibición me pareció un conjunto de varias cosas inútiles mezcladas y confusas. Una galería de lugares comunes de la izquierda más ramplona que ve al capitalismo igual que al nazismo. Una exhibición descontextualizada de la realidad. En suma, me van a perdonar los lectores, un verdadero pedazo de mierda como los ahí exhibidos”, concluye Zuckerman.

¿“Una exhibición descontextualizada de la realidad”? ¿En qué momento el arte se convirtió en una rama del periodismo? Las declaraciones de Zuckerman parecen condenarnos exclusivamente a exposiciones que muestren un “hiperrealismo equilibrado”. Enrique Krauze al menos intenta cultivar algunas ideas (eso sí, de una manera muy forzada); lo de Zuckerman es un cúmulo de sobresaltos; aunque habría que decirlo: ambos coinciden en su nulo sentido de humor.  

“Los críticos no ven Cantos cívicos como una obra de arte, 
sino como una tesis histórica desde un punto de vista histórico 
muy literal y acartonado. No han dejado de aconsejarme acerca de 
cómo debería de ser la exposición; como por ejemplo, me han pedido 
mostrar escenas del Holocausto, y como no lo hago, para ellos esto 
significa que yo niego la existencia del Holocausto. Sus lecturas 
son visiones canónicas de nuestros tiempos de dilemas éticos y 
morales pero que no cuestionan el status quo como pretende hacerlo 
Cantos cívicos: desde la esquizofrenia”, concluye Ventura.
 

1 comentario:

  1. Me gusta mucho este artículo. Hay algo que nadie menciona, es que la postura de Miguel Ventura es muy clara, no incluye fotos de la Shoah junto al signo de dolar, sino fotos de generales nazis. Lo que implica leer la historia del III Reich, con la Shoah como su consecuencia, de manera compleja. Otra cosa que nadie ve, es el NILC, hay toda una cuestión de lenguaje y de la deconstrucción del signo -y del símbolo: el dolar, la svastica- ¿por qué será que los críticos, incluso los especialistas de literatura, no lo toman en cuenta?

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