noviembre 15, 2013

Los límites del consenso por Irmgard Emmelhainz


La Tempestad
Edición 91, julio-agosto

Sección: Dossier Central
Subsección: Artes visuales
Ubicación de la nota: tercero

[Título]
Los límites del consenso

[Autor]
Irmgard Emmelhainz

[Secundaria]
En las sociedades “democráticas”, donde la libertad de expresión se presenta como valor inviolable, existen límites estéticos y políticos claros. El “mal gusto” de la instalación Cantos cívicos, de Miguel Ventura, los puso a prueba.

[Cuerpo de texto]
La vocación radical del arte fue heredada del modernismo. De Lenin a Godard, pasando por Breton, la vanguardia se planteó como la utopía que anunciaba un futuro liberador y autónomo, en el que se cumplirán las promesas del presente. Las tareas del artista y del intelectual vanguardistas eran anunciar el futuro utópico negando el arte del pasado y transgrediendo el statu quo. En ese sentido, los futuristas valoraron la ciudad, las máquinas y la velocidad; los dadaístas, el sinsentido y la disolución del arte en la vida cotidiana; los surrealistas crearon una realidad paralela, que liberaba de las constricciones de la burguesía europea del período de entreguerras. Etcétera. En los sesenta, el arte progresivo fue experimental y su radicalidad residió en disolver las fronteras entre forma y contenido, símbolo y referente, objeto y acción, arte “culto” y gusto popular. En esa década también se luchó por la emancipación de los pueblos colonizados u oprimidos y de los trabajadores explotados (crítica social). Igualmente se combatieron la estandarización y la masificación, que el capitalismo identificó con la libertad de definirse como sujeto por medio de la autenticidad y la autorrealización (crítica artística).
Una vez consumado el ideal vanguardista de transgredir el medio para fusionar arte y vida, los artistas partieron de la condición desmaterializada del arte. Así, una investigación científica, una terapia colectiva, una coreografía de penetraciones e incluso una cosecha de alimentos en zonas urbanas pudieron considerarse medios artísticos. Al no cumplirse las promesas del modernismo desapareció la noción del progreso; la utopía se convirtió en distopía. La percepción de la realidad es inseparable de la temporalidad; en el presente perpetuo, la catástrofe es al mismo tiempo inminencia y posibilidad de mejora. La crítica artística ha sido parcialmente cumplida, subordinada al mercado y al ideal neoliberal de autorrealización, situándose al centro de la cultura como un consenso disidente. Las luchas sociales han sido sustituidas por reclamos de restitución y reconocimiento enmarcados por los derechos humanos y desmanteladas por la incipiente y generalizada precarización de las condiciones laborales.
Es evidente que las lógicas vanguardista y revolucionaria no funcionan en el contexto actual, ya que implican cambiar el estado de cosas tomando el poder (o la palabra, o la institución museográfica): el neoautoritarismo no se funda exclusivamente en el poder político. El actual control social implica la autorregulación, se basa en un proceso interno de modelaje sensible, lingüístico y lógico, conformado por automatismos cognitivos íntimamente relacionados con intereses y valores corporativos. Se basa en la tolerancia represiva y fomenta la libre expresión: aparentemente no hay límites en el arte, pues es un campo abierto a la transgresión y el sitio privilegiado para la puesta en escena del antagonismo. Pero el arte contemporáneo es también una corporación global anclada en sutiles rituales sociales y complejos lenguajes que delimitan la transgresión con un protocolo preestablecido de disidencia al que todos sus miembros deben suscribirse. En general, más que como principios, la rebeldía y la transgresión se ejercen como estrategias; los artistas ya no buscan la ruptura sino un camino que lleve al equilibrio entre la ironía y el cinismo.
Puesto que todo vale en forma y contenido, el principal medio del arte contemporáneo es, en realidad, la promoción; su rigurosa etiqueta social establece que la controversia es de hecho deseada para llamar la atención del público. Las controversias deben ser cuidadosamente diseñadas y excluir lo que el contrato social considera de “mal gusto”. En su Manual de estilo del arte contemporáneo (2006), Pablo Helguera lo plantea pedagógicamente: «Si bien se puede criticar al gobierno y a los procesos abstractos de guerra y deshumanización, no es aceptable hacer comentarios o referencias directas a políticos, corporaciones o gente de negocios». En este sentido, el arte polémico debe seguir la lógica liberal de la autocrítica, que implica confrontar individualmente al poder público y tomar en cuenta las diferencias como formas vitales de comportamiento en las sociedades democráticas. La crítica institucional es deseable, ya que, según Helguera, «fundaciones, organizaciones y museos apoyan con entusiasmo que se les critique, pues esto los hace ver como unas organizaciones sumamente avanzadas». Dentro del panorama de la crítica liberal, hablar con convicción, hacer declaraciones de principios o expresar una opinión ajena o contra el contrato social del mundo del arte son rechazados y denigrados como gestos de mal gusto o falta de cortesía, se perciben como actitudes “dogmáticas” cerradas al diálogo, o de plano se califican de erróneas. El protocolo de disidencia del mundo del arte es vocero y eco de la producción de consenso en nuestras sociedades: un discurso liberal en realidad afirmativo, que destruye o hace invisible a la verdadera crítica.
La instalación Cantos cívicos de Miguel Ventura, expuesta en el muac de la ciudad de México entre 2008 y 2009, dibujó –y al mismo tiempo hizo explotar– los límites críticos del mundo del arte. La instalación fue albergada en un contenedor de plástico de burbuja en forma de una rata panza arriba que parodiaba los megamuseos de Frank Gehry. El interior hospedó un bioterio con 85 ratas macho condicionadas con chocolate para atravesar un laberinto multicolor. Las paredes de la construcción estaban cubiertas con estructuras de unicel en tres dimensiones, que evocaban formas constructivistas y minimalistas y al Merzbau de Kurt Schwitters. Había también fotos de soldados norteamericanos caídos en la invasión a Iraq, imágenes homoeróticas procedentes de páginas de chats gays, recortes de páginas de sociales locales y de periódicos y revistas en las que desfilan políticos y miembros de la élite, al igual que celebridades del mundo del arte de la A-list. El ideólogo de la doctrina económica del neoliberalismo, Milton Friedman, encabezaba este aquelarre comiendo mierda con una cuchara de plata. Todos estos elementos constituyeron un collage gigantesco intervenido con falos, caca, vaginas, anos, logotipos y eslóganes del nilc (New Interterritorial Language Committee, la corporación ficticia que sirve de matriz y seudónimo a Ventura). Aparecían también logos de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial de Comercio, así como de fundaciones y museos corporativos y colecciones privadas. Había suásticas entrelazadas con signos de dólar en foami y encajes geométricos concéntricos, la marca registrada de Gottfried Ohms (go), el artista oficial del nilc. Lo más comentado en la recepción de Cantos cívicos fue la parafernalia nazi: una extraordinaria colección de vestigios cotidianos del nacionalsocialismo y las imágenes del artista en guisa de dictador fascista. También causó revuelo la sección en la que se recordaba el filonazismo de José Vasconcelos, donde evocaba su misión de redimir y modernizar a la nación y a la raza, inseparable de la ideología de la existencia del mexicano como avatar cultural. No por azar, algunos de los elementos de Cantos cívicos que pasaron desapercibidos fueron las muñecas étnicas colocadas en biombos colgados de acuerdo a una jerarquía racial europeizante, las fotos de los “indígenas-narcos” y las imágenes del artista disfrazado de chéroqui. La miríada de signos y símbolos que constituyeron Cantos cívicos no puede ser leída de manera aislada, sino que exige yuxtaponerlos y recodificarlos, a la manera de una constelación1.
Sin embargo, Ventura (San Antonio, eeuu, 1954) fue acusado por varios críticos de hacer un «carnaval de símbolos» amalgamando nazismo y neoliberalismo, Carlos Salinas de Gortari y Adolf Hitler. Fue condenado por cometer un «error ético-político grave» al no hacer una crítica de los totalitarismos de izquierda ni del Holocausto, «enmascarando el dolor de sus seis millones de víctimas»2. Además de sufrir amenazas de censura por parte de la dirección del museo3, Ventura fue demandado por una persona que aparecía (sin nombre) en uno de los collages hechos con las imágenes que el artista se apropió de las páginas de sociales del periódico Reforma (perdió la demanda por «abuso de libertad de expresión»). La reducción tendenciosa tanto del veredicto del tribunal como de las críticas a Cantos cívicos tuvo la función de neutralizar la complejidad de la pieza, así como la imagen del presente que ofrece la instalación. Al hacer visibles los rostros, las corporaciones, las fundaciones y los organismos internacionales, al yuxtaponerlos con la suástica y el signo del dólar ligándolos al sistema político-económico neoliberal, Ventura transgredió –por mucho– la etiqueta de controversial en el mundo del arte. Confrontó a la sociedad mexicana con la raíz de la violencia endémica: el racismo. Presentó además un cuadro del mundo actual distinto del que disemina la sociedad.
Al crear una arqueología paródica de la cultura visual del nacionalsocialismo, Ventura lo presentó en Cantos cívicos como un conjunto de valores, prácticas políticas, sensibilidad estética y formas sociales inherentes a la psicología colectiva, el producto de una visión de la realidad que contiene virtualmente el “derecho” de aniquilar al otro para constituirse y preservarse. En México la realidad se percibe actualmente como “insegura” o “peligrosa”, y ello ha servido de excusa para militarizar al país y criminalizar la resistencia por medio de desapariciones extrajudiciales y otros aparatos legales y discursivos. En ese sentido, tanto la “seguridad” como el “desarrollo” justifican las nuevas olas de aniquilación, despojo y relocalización forzada en México. En Cantos cívicos la democracia liberal es parodiada por las ratas que eligen las canciones del coro. El actual sistema económico-político aparece como un «totalitarismo invertido» (Sheldon S. Wolin), caracterizado por una alianza en el poder de la clase política, la plutocracia y la economía ilegal, con la privatización del bien común, la precariedad laboral y la conversión del ciudadano en consumidor como estrategias.
Después de Cantos cívicos, Ventura continuó haciendo cosas de “mal gusto” que fueron censuradas o poco difundidas: nilcstac (2010), muac-nilc.blogspot.com (2009-11), Mexican Warfare (2010) y el Oratorio liberal de arte contemporáneo (2011) son piezas en varios medios en las que, por medio de la apropiación y parodia, delinea explícitamente el sistema de relaciones de poder del mundo del arte y su vínculo con las corporaciones, los patronos, los coleccionistas y la academia. En estos trabajos el mundo del arte aparece como el campo de entretenimiento de la élite global con la complicidad de los artistas y otros productores culturales, simulando responsabilidad social, instrumentalizando un discurso cultural como instrumento paliativo y de mejora, usando lenguajes homogéneos y fórmulas estéticas de los sesenta. En una de las entradas del blog, Ventura parodia “Scene and Herd”, la columna de Artforum que reseña inauguraciones, simposios y otros eventos artístico-sociales, pintando a la violencia del país como inmanente al arte contemporáneo, no abstraída por él ni existiendo en una realidad distinta. La conclusión que podemos extraer es que el aparato discursivo del mundo del arte ignora la oposición directa, al tiempo que hace invisibles las formas de poder que operan en su discurso. Por eso, seguiremos operando desde la trinchera.

Notas
1. Para Walter Benjamin, en una constelación las estrellas no tienen relación entre ellas, ya que es nuestra observación la que establece líneas de unión. ¶ 2. Ver mi texto sobre la normatividad de la representación del Holocausto, su privilegio sobre otros genocidios en la cultura audiovisual de principios del siglo xxi y la saturación de la ética y la política del testimonio: “Imagen prohibida, montaje prohibido y testimonio prohibido”, Drˆk (abril de 2013). Disponible en drik.mx. ¶ 3. La dirección cedió tras una negociación, después de que Ventura firmó una carta en la que deslindó al museo de responsabilidad en el contenido de la pieza. Puede inferirse que la institución prefirió lidiar con las reacciones a la instalación de los espectadores de la élite, los ámbitos locales de la cultura, la universidad y la política, que con un escándalo de censura internacional.

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