abril 02, 2009

Silvana Rabinovich

“Cantos cívicos” ¿cómo se atreve NILC a subir del subsuelo al lobby?


No soy crítica de arte. Me obsesiona la ética. La abigarrada experiencia de mis encuentros con la muestra Cantos Cívicos me impulsa a despedirme de ella con un agradecimiento a Miguel Ventura por su osadía y su enseñanza.

 

Le agradezco especialmente el haber puesto el cuerpo en todos los sentidos posibles.

 

Los sentidos de “poner el cuerpo” (deposiciones del cuerpo):

- El primero es que esa obra colosal ha sido maquinada con todo el cuerpo. No sólo atrapa y entrampa la corporalidad del visitante en el vientre de una rata: éste se descubre visitado por la muestra (juez depuesto). La obra fue concebida por Miguel Ventura con los cinco sentidos: ninguno queda excluido. Se podría alegar que el olfato y el gusto no se ponen en acto, sin embargo, ambos engendraron este trabajo, al igual que el oído (reflejado en el título y en el performance que es el pulso de la obra), y claro está, el tacto y la vista (esta última se encuentra saturada y necesita imperiosamente ser asistida por los otros cuatro sentidos). El “sexto sentido” que se activa es el de la memoria (que según los hermanos Tadié es “el sentido de los sentidos”). Esta última toca fibras muy sensibles que producen a veces reacciones incontrolables por parte de aquellos que se embarcan en esta experiencia cívica (¿qué memoria asalta cuando caminamos sobre el texto que Vasconcelos publicara en la revista Timón en defensa de los Protocolos de los Sabios de Sión?). (Cabe aclarar que no hay manera de pasar como espectador y juez: a la manera de Jonás, en el vientre ya no de un pez sino de una rata, Cantos cívicos es experiencia en la que el sujeto se sabe visto y juzgado, luego expelido como otro, “deposición” en ambos sentidos: jerárquico y escatológico).

- El segundo es moral, se trata del compromiso del artista con una dolorosa veracidad sin concesiones. Esto abarca su estoicismo ante la furia de ciertos sectores de poder que clamaban por la censura.

- El tercero es el de exhibir la vulnerabilidad constitutiva del cuerpo humano. Paradoja recurrente: es común que la exhibición de la vulnerabilidad sea acogida como agresión. Se trata de una respuesta defensiva que muchas veces tiene una carga desproporcionada de agresividad (es la lógica de la “guerra preventiva” aplicada a las relaciones sociales y en este caso a la cultura).

- El cuarto es habernos dado la posibilidad de andar a gatas (más precisamente “a ratas”) por las entrañas de una máquina de terror, de ser excretados por la misma con la carga de nuestra insoportable complicidad. (En Argentina dirían que uno sale de allí “hecho mierda”, en el sentido de moralmente destruido, aunque en este caso también es literal y remite al hecho de haber sido digerido por el roedor).

- El quinto es el de recordarnos la responsabilidad de los cuerpos vivos para con los inofensivos cadáveres. Una responsabilidad nada altruista sino mera confesión de connivencia para con lo peor.

- Uno más, visual: la fascinación estética ejercida por el retrato fotográfico ejemplar de ayer (fotos de soldados nazis) contrastando con la exhibición desgarradora de las víctimas de hoy (muertos de la guerra de Irak), en una ruleta rusa en la que participan los tristes cuerpos que se exhiben como mercancía autocensurada en Internet, la impresentable materia fecal, unos genitales sueltos que parecen títeres junto a los eufóricos rostros de los exitosos que anhelan alcanzar la dignidad de aquellos oficiales nazis (otrora orgullo y amor de sus familias que hoy se subasta como vergüenza en la red electrónica). Metáfora gástrica: de alimento deseado y codiciado a excremento inasimilable. El dinero en tanto jugo gástrico: ácido que prostituye a los cuerpos no sólo en la red sino en la guerra, la mercadotecnia como el horizonte último de la farándula política.

- Otro más, auditivo. El ritmo vertiginoso de las imágenes en las que predominan los colores de la bandera alemana es cortado de raíz por la dulzura extrema del himno nazi “La bandera en alto” en la viva voz de niños. Contrariamente a lo esperado (que sería un ritmo marcial y triunfalista) esta melodía eleva sideralmente el espíritu tocando las fibras más sensibles, hasta las lágrimas. El espectador –al modo de una película del Dogma- se encuentra contrariado, aplaudiendo lo más abyecto: ¿cómo no aplaudir a esos niños dulces? ¿Cómo aplaudir el himno nazi? Algo parecido pasa con la canción falangista y cada una constituye una experiencia única, sincopada.

“Cantos cívicos”: no sólo lo lírico junto a lo político. “Canto” también es la extremidad, la punta, el remate: en este caso Miguel Ventura toca el borde donde se acaba la experiencia de la ciudadanía, y a la vez “canto” como el lado opuesto al lomo del libro: el lugar por donde se abre esta misma experiencia en la historia. Y por último, “canto (piedra) cívico” pone al descubierto el empedernido albañal político.

¿Qué es lo que no se le perdona a Cantos cívicos?

El cambio de perspectiva. El atrevimiento de volver visible aquello que opera de manera invisible. El gas es inodoro y letal, para alertar acerca de su presencia se le adiciona artificialmente una sustancia odorífera. De manera análoga, Cantos cívicos le agrega una fétida visibilidad a las redes invisibles y mortíferas de poder escondidas tras la fachada del éxito.

La historia del nazismo siempre había sido abordada desde las fosas comunes, esto incluye el morbo de las pilas de cadáveres, las raquíticas víctimas reducidas a la condición sub-humana (y los perpetradores a la de personajes diabólicos), los hornos crematorios, etc. El nazismo estaba domesticado y castigado en la mazmorra de la historia como un cuerpo extraño, un desvío imperdonable. Arriba estábamos nosotros, los herederos inocentes, con nuestro dolor, exigiendo un “nunca más” que debía cumplirse por designio del miedo. Claro que hubo voces que intentaron mostrar otra cosa: el título La especie humana del libro de Antelme busca otra mirada, Primo Levi apunta a un análisis profundo del miasma de la moral humana, Hannah Arendt da un paso más, político, en esta dirección que trata de abordar el fenómeno siniestro a pleno sol: banalidad del mal.

Cansado de la comodidad asfixiante de esa guarida underground, Miguel Ventura acorazado en un vehículo roedor totalmente tapizado de indecorosa memoria, osó subir las escaleras hasta la planta baja del fenómeno. Se trata de una movida compleja, exenta de piedad y, para algunas conciencias, imperdonable por veraz.

De este modo, el miasma de la historia se exhibe en el lobby (vestíbulo), irrumpe revelándose como el actualísimo lobby (grupo de presión) político, económico y mediático que hoy fragua la historia. Se trata de un enroque siniestro: el sótano sube (se muestra la vida “normal” de aquellos años) y los que ocupamos habitualmente la superficie nos encontramos sin coartada en el subsuelo, con las manos sucias de complicidad, sosteniendo como Atlas la máquina de muerte de hoy.

Ventura puso de cabeza nuestra “buena conciencia”. Hay quienes reaccionan pataleando, como tortugas vueltas sobre el caparazón. Por mi parte, yo no tengo más que palabras de agradecimiento, por abrirnos la puerta a esa experiencia dolorosa y a la vez llena de esperanza que en palabras de Celan susurra: “el que anda de cabeza tiene el cielo como abismo bajo sus pies”.

¡Larga vida a NILC!



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